miércoles, 28 de noviembre de 2007

Tarjeta amarilla

Las renuncias, propuestas intempestivas y votaciones contrarias de nuevos actores díscolos vienen a confirmar una tendencia que irrumpe y se instala en el mundo político. Al tener la Concertación y la Alianza índices de desaprobación cercanos al 60%, muchos políticos han caído en la cuenta del exiguo valor agregado que otorga el respaldo de un partido. Varios de ellos – incluso algunos no parlamentarios- han optado por desligarse de éstos, prefiriendo prescindir de su apoyo.

Es una severa tarjeta amarilla para los partidos políticos por su paulatino y persistente alejamiento de los intereses ciudadanos. Existe la legítima percepción en la opinión pública que los conglomerados se han convertido en verdaderas máquinarias para retener o conquistar el poder, según sea el caso, olvidando su función de representar a la voluntad ciudadana. Por eso, el chileno ha aprendido a distinguir, segmentar, seleccionar y privilegiar con apoyo moral y probables votos en futuras elecciones, a personas, y no a partidos políticos.

Un reciente proyecto de ley presentado al Congreso sanciona con pérdida de su condición al parlamentario que vote distinto a la postura oficial de su partido político. Es una de las últimas y desesperadas maniobras por intentar retener el control del poder. No obstante, el ciudadano común y corriente, al estar asumiendo su rol de consumidor político, aprecia y valora esta diversidad, y comienza a exigir el cumplimiento de los compromisos individuales asumidos por los políticos con sus electores.

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