jueves, 28 de julio de 2011

Educación: la evitable trampa de la polarización



La intempestiva decisión de los timoneles concertacionistas de no asistir a la reunión acordada con el mandatario sorprendió a toda la opinión pública. No sólo plantaron a la máxima autoridad nacional, sino que defraudaron también a un gran porcentaje de chilenos que demanda una solución a la actual crisis educacional. ¿Esta inasistencia ayudaba en algo? ¿O sólo fue un estéril intento por polarizar la situación?

Hasta ahora, el movimiento estudiantil contaba con la simpatía ciudadana. Además, después de las últimas encuestas y en un contexto de animadversión en contra de toda autoridad, era plausible que la población desquitara furiosamente en contra del Gobierno. Sin embargo, la reacción fue muy controvertida. Algunos apoyaron la decisión, pero otros, en cambio, se indignaron ante la negativa a negociar un acuerdo que todo Chile espera. Más aún, cuando todos ellos -salvo Carolina Tohá- reciben un sueldo pagado por nosotros los chilenos y ni siquiera cumplen con su obligación de asistir al Congreso…

Al igual que en nuestra actual política nacional, la crisis de representatividad también ha alcanzado a otras organizaciones, ya sean estudiantiles, sindicales o gremiales. Como hemos comprobado últimamente, el Congreso pierde legitimidad día a día, al igual que la Fech, Feuc, Confech, CUT, Sofofa, ANFP o el Colegio de Profesores. Nuestra arraigada falta de participación ciudadana -¿espontánea o provocada?- permite que grupúsculos bien organizados capturen fácilmente las estructuras de poder.

Sin embargo, las opiniones siempre estuvieron divididas en el tema educacional. Muchos padres viven con angustia que sus hijos no puedan asistir a clases durante más de 75 días, viendo con estupor que esta situación es avalada por los partidos opositores. En momentos en que alumnos arriesgan el año -o pierden competitividad frente a sus pares que sí tienen clases-, observan cómo el conflicto se alarga indefinidamente. Y también constatan que grupos de estudiantes elegidos democráticamente, bien organizados -pero que no necesariamente representan a la mayoría silenciosa-, toman decisiones que involucran a todos los demás alumnos. ¿Pero por qué la falta de representatividad no iba a afectar a las organizaciones estudiantiles? ¿No es acaso un mal endémico nuestro?

En 2009, la Universidad de Chile contaba con más de 24 mil estudiantes de pregrado y 6 mil de postgrado (Wikipedia). Camila Vallejo, su actual presidenta fue elegida con 2.918 votos -menos del 10% del alumnado y sólo 70 votos más que el segundo lugar, Francisco Figueroa-. A su vez, la Pontificia Universidad Católica tenía al 2010 cerca de 20 mil alumnos en pregrado y 3.800 en postgrado. De ellos, sólo 5.529 alumnos votaron por Giorgio Jackson, actual presidente de la Feuc. Corresponde a un poco más del 20% del total de alumnos, venciendo por sólo 364 votos a Ricardo Neumann, segundo lugar.

En consecuencia, ¿cómo saber qué porcentaje de alumnos de esa inmensa mayoría silenciosa está de acuerdo con los paros -único punto de desacuerdo entre rectores y Confech-? ¿Será mayor o menor que esa gran colectividad nacional que no se identifica con ninguna de las dos coaliciones políticas?

Hace menos de una semana, el senador José Antonio Gómez (PRSD) expresaba : “La Concertación está superada”. Tan sólo hace pocos días, el senador Ignacio Walker(DC) declaraba no saber en qué consistía el anunciado segundo tiempo del Gobierno, sin percatarse que también comenzaba a correr para la Concertación con su inédito 68% de rechazo. Poco después, el diputado Osvaldo Andrade (PS) exigía que la comunicación del Gobierno con los partidos fuera con sus directivas: “El diálogo debe ser institucional, señaló durante el fin de semana el ex ministro. El mismo día de la frustrada reunión -una hora y media antes- Carolina Tohá en el programa radial “Alerta Temprana” (radio 95.3 FM) aclaraba que mientras el Presidente anunciaba su intención de invitar a los timoneles de la oposición, ellos simultáneamente le pedían una reunión para hablar de la crisis de la educación.

Aún está presente el conmovedor recuerdo de la ex Presidenta Michelle Bachelet, con su flamante ministra de Educación, Yasna Provoste, y acompañadas de José Antonio Gómez, Camilo Escalona, Carlos Larraín, José Antonio Viera Gallo, Soledad Alvear, Sergio Bitar y Hernán Larraín, todos manos en alto, celebrando ante la opinión publica el envío al Congreso del proyecto sobre educación pública: la Ley General de Educación. ¿Qué ocurrió desde entonces? ¿O sólo fue una gran tomadura de pelo a todos los chilenos y chilenas?

Ante este provocado clima de polarización, el ministro de Educación, Felipe Bulnes, puso paños fríos. Su invitación a los representantes -¿representativos o sólo legítimos?- de la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech), Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (Cones) y Colegio de Profesores traerá tranquilidad hasta el próximo lunes.

Pero además confirma que hoy los partidos políticos no sólo no representan intereses de sus electores, sino que ni siquiera sirven como intermediarios entre ciudadanía y Gobierno. Como queda demostrado en movilizaciones como las de jueces y fiscales, Marcha por la Igualdad, habitantes de Dichato, Calama o Magallanes, trabajadores de Collahuasi, Codelco o Escondida, contra Barrancones o Hidroaysén, Ciclistas Desnudos o El parque no se toca, entre otras, los dirigentes de los partidos políticos no se necesitan…

Efectivamente, este segundo tiempo comenzó. Pero pareciera que algunos no se percatan que a ellos también les toca. ¿O en realidad para la clase política comienzan los descuentos? ¿Es la nueva forma de exigir…?


Columna publicada en La Tercera Online



lunes, 18 de julio de 2011

¿De las sillas musicales al síndrome del pato cojo?



El reciente cambio de gabinete refleja en primer lugar la escasez de rostros políticos en la derecha. El fuerte número de de enroques ministeriales de alguna manera confirma esta sensación, pero plantea además una preocupante interrogante. ¿La alta desaprobación ciudadana del Gobierno es consecuencia de la falta de competencias de los ministros o de un diseño político mal elaborado? En el primer caso, ¿qué asegura que en su nuevo cargo el mismo ministro ahora sí tenga éxito? En el segundo, ¿un cambio de rostro compensará una estrategia equivocada? O peor todavía… ¿tendremos que concluir que sencillamente la derecha chilena está constituida por un grupúsculo de 50 personas?

Por otra parte, la incorporación de parlamentarios -además de acrecentar la inexistencia de personeros políticos de derecha-, confirma la sensación de que el voto ciudadano sólo sirve para avalar las decisiones de un grupúsculo en el poder. La figura de los senadores designados sólo debilita aún más la política, al dejar sin efecto la voluntad ciudadana.

Dentro de las figuras del nuevo gabinete, la permanencia del ministro Hinzpeter en su cargo representa la mantención del actual diseño político, además de evitarle al mandatario la necesidad de entrega de espacios a un nuevo titular. Sería una de las pocas señales hechas a Renovación Nacional en este cambio de gabinete, además de la incorporación de un nuevo ministro como Teodoro Ribera, ministro de Justicia. Por su parte, llama la atención el traslado del ministro Bulnes a la cartera de Educación, ya que -como en el caso del ministro Lavín-constituirá un gran desafío: el ex titular de Justicia tendrá que utilizar todo su capital político y habilidades en un tema complejo, con interlocutores difíciles y bajo la mirada de toda la opinión pública, pero sin las limitaciones ocasionadas por conflictos de intereses.

En contrapartida, la UDI salió sumamente favorecida con este cambio de gabinete, empoderándose notoriamente en relación a su situación anterior: no sólo con la incorporación de sus dos senadores, sino también por la gran cantidad de presidenciables que lo componen. De esta manera, se empodera como partido al reunir a un gran número de representantes en el Poder Ejecutivo, además de contar con una gran mayoría en el Poder Legislativo gracias al sistema binominal.

El nombramiento de Andrés Chadwick como vocero de Gobierno y el de Pablo Longueira como titular de Economía, significan la llegada al gabinete de dos antiguos coroneles y que representan la dirigencia política de ese partido. Se trata de dos carteras de mucha visibilidad, que empoderan a la UDI, además de fortalecer cualquier carrera presidencial.

El traslado de Joaquín Lavín a la cartera de Mideplan -y futuro Ministerio de Desarrollo Social- implica una gran oportunidad para su carrera política, además de una gran compensación por la pérdida de capital político en su gestión de Educación. Este nuevo cargo le permitirá también mostrar un perfil más amable con la ciudadanía, apostando por recuperar los altos índices de aprobación hasta antes de la crisis educacional.

A su vez, el traslado de Laurence Golborne -independiente, pero también cercano a la UDI-al Ministerio de Obras Públicas, significará una aún mayor figuración ante los medios y que -tal como lo experimentó el ex Presidente Lagos- le permitirá construir un perfil mucho más realizador, ajeno a las ingratitudes propias de la cartera de Energía.

El nombramiento del ministro De Solminihac como ministro de Minería permite mantenerlo como miembro del gabinete inicial, pero en una cartera más técnica y con menos necesidad de visibilidad. Por último, la designación de Fernando Echeverría -hasta entonces Intendente de Santiago- como ministro de Energía, confirma la escasez de rostros políticos en la derecha chilena, planteándole un gran desafío para las próximas elecciones municipales. ¿Será capaz de renovarse en tan corto tiempo?

Con un equipo conformado por los ministros Hinzpeter, Longueira, Allamand, Lavín, Golborne, Matthei, Chadwick y Bulnes, este segundo tiempo contemplará inevitablemente el inicio de la carrera presidencial. El desafío del Presidente Piñera será aunar voluntades e intereses, desincentivando las agendas propias y postergando al máximo el temido síndrome del pato cojo...



Columna publicada en La Tercera Online



viernes, 8 de julio de 2011

Adimark: el día del juicio final

Adimark, Cerc,

No, definitivamente no; las últimas encuestas (Cerc y Adimark) no anticipan el día del juicio final, pero sí constituyen una potente advertencia a toda la clase política. La crisis de representatividad finalmente se hizo manifiesta, a través de encuestas y movilizaciones.

La opinión pública tomó la decisión irrevocable de expresar su malestar. Por las buenas o por las malas, con violencia o sin violencia, unidos o en forma individual, los ciudadanos comenzaron a expresar su rechazo a toda la clase política. Los índices de desaprobación fueron demoledores y superaron cualquier límite imaginable en la última Adimark: la Concertación, un 68%; la Cámara de Diputados, 63%; el Gobierno, 62%; el Senado, 61%; la Coalición por el Cambio y el Presidente Piñera, ambos con un 60% de reprobación. Curiosamente, el Poder Judicial no es evaluado en por Adimark, a pesar de ser una de las funciones primordiales del Estado.

A su vez, la encuesta Cerc destaca la baja confianza interpersonal (sólo 11% de los encuestados confía en las instituciones políticas), la mantención de las desigualdades (sólo el 12% cree que disminuye la distancia entre ricos y pobres) y la permanencia de la injusticia (sólo el 18% confía en el Poder Judicial). En el mismo sentido, el 78% piensa que Chile no está ganando la batalla contra las desigualdades.

Esto constituye un fértil caldo de cultivo para expresiones que incluso atenten contra la democracia, además de un duro golpe para toda la clase política, la que tendrá que comenzar a justificar -ya no sus privilegios- sino su existencia.

Por eso, las declaraciones del diputado Osvaldo Andrade no colaboran en nada a distender el clima político, además de mostrar una gran carencia de autocrítica: “el Presidente Piñera tiene mayor índice de desaprobación que Pinochet”. El ex ministro y actual presidente del PS tiene toda la razón, pero omite que también la Concertación, la Cámara de Diputados, el Gobierno y el Senado -y probablemente él mismo, si apareciera en la encuesta- superan al mandatario en índices de reprobación. Mucho más realista fue el tenor de los dichos del diputado PPD, Jorge Tarud, quién señaló: “la oposición TAMBIEN recibe un inmenso rechazo ciudadano”. El inicio de las luchas intestinas desatadas con motivo de la designación de candidatos para las próximas elecciones municipales, sólo acrecientan la desconfianza popular en la actual clase política.

Descartados el crecimiento económico -pareciera que la opinión pública no aprecia beneficios para ella-, la eficiencia en la gestión -hoy la peor ejecución presupuestaria en años- o el término a la corrupción -Kodama o La Polar demuestran lo contrario, a pesar de tratarse de privados- quizás este gobierno pudiera ser reconocido por la reforma educacional. Pero la decisión de trasladar la discusión sobre educación al Congreso, sólo posterga el problema -y lo deriva ante interlocutores menos legitimados aún-. Sea cual sea el resultado, será combustible para una eventual violencia social si la clase política no logra coordinarse para atenuar la presión ciudadana. Para el gobierno la resolución de la crisis educacional no será fácil. Ya existe un 63% de desaprobación en el segmento universitario (entre 18 y 24 años) y podría aumentar más, como el nivel del grupo etario entre 25 y 35 años: 71%.

La situación es grave ya que no se visualiza un interlocutor válido para negociar con el Gobierno. ¿Los dirigentes políticos? Ni siquiera representan a las bases de sus partidos. ¿Las asociaciones civiles? Aún no logran la fuerza necesaria. ¿Las organizaciones gremiales o sindicales? La falta de renovación de sus dirigentes también las inhabilita. La falta de representatividad -e incluso de legitimidad- de nuestra clase política la ha convertido en una figura decorativa, casi como algunas casas reales en los pocos países monárquicos que quedan.

Ante la extinción del discurso de la eficiencia, del término de la corrupción, de la modernización del Estado o de la reforma educacional, ¿cuál puede ser el nuevo eje del relato presidencial? Chile entero le estaría agradecido al Presidente Piñera por la implementación de las tantas veces anunciadas reformas políticas, pero aún pendientes: inscripción automática y voto voluntario, voto de chilenos residentes en el extranjero, fin del sistema binominal, primarias voluntarias y vinculantes en los partidos políticos, ley de regulación de lobby, iniciativa popular de ley, nueva ley de partidos políticos, elección directa de consejeros regionales, entre otras. La ciudadanía hace años que viene escuchando promesas, pero sin ver ningún resultado concreto.

Estas últimas encuestas justifican poner a las cúpulas partidistas -las que sistemáticamente se han negado a legislarlas durante años- entre la espada y la pared. ¡Pobre del político que estuviera en contra! A su vez, la sensación de renovación en las municipales del 2012 permitiría aflojar la tensión social, establecer los consensos necesarios para implementar las reformas estructurales prometidas… y pasar a la historia como el gobierno que rescató la política en nuestro país…



Columna publicada en La Tercera Online