viernes, 4 de julio de 2008

Reconstruyendo lazos

La noticia de la liberación de Ingrid Betancourt recorrió el mundo, emocionando a millones de personas. La ex candidata presidencial ya se había convertido en un ícono del secuestro de la guerrilla, permaneciendo retenida por más de seis años en la selva colombiana. Durante ese período, su imagen dio vuelta al mundo, recordando el drama que viven más de 3000 personas capturadas por las FARC.

A los 46 años y después de esos seis años, se reencuentra con su grupo familiar, compuesto por sus hijos Melanie (22) y Lorenzo (19), su madre, Yolanda Pulecio y su segundo esposo, Juan Carlos Lecompte (47). Primero se reunió con su madre y su esposo, quienes estaban en Bogotá al momento del rescate. Sus hijos se encontraban en Francia, pero viajaron de inmediato a Colombia en un avión facilitado por el Presidente Sarkozy. A su llegada, las imágenes fueron transmitidas en vivo, conmoviendo a millones de personas. Del avión salieron sus hijos, abrazaron emocionados a su madre, se acariciaron sus caras, con besos de profundo cariño y sin dejarse de mirar, lloraron de alegría.

Fueron seis años de alejamiento, en que la familia tuvo que aprender brutalmente a vivir separada. Había cumplido diez años de matrimonio con su marido, pero en su mayor parte a la distancia. Éste declaraba hace unos meses en una entrevista de TVN:” Tengo miedo de que Ingrid me encuentre distinto cuando vuelva. He cambiado mucho en estos seis años”. Indudablemente fue un período muy largo, con demasiados acontecimientos, incertidumbres y distanciamientos que modificaron en profundidad los sistemas de vida de marido y mujer. Tanto para ella como para él, ahora comienza todo un proceso de reconstrucción de la relación de pareja.

Respecto a sus hijos, la separación debe haber sido aún más dura. En octubre del año pasado, Ingrid le escribe una larga carta a su madre, en que se lamenta con amargura por estar perdiéndose momentos claves en la vida de sus hijos. Fueron adolescentes que crecieron lejos del amor materno, sin poder vivir la cotidianeidad que permite la construcción de una relación familiar y sin poder compartir con su madre su adolescencia.

“Por ellos seguí con ganas de salir de la selva. Están tan diferentes, pero tan parecidos a la vez. Estoy orgullosa de ellos, porque lucharon y crecieron en su angustia por no estar conmigo”, dijo la recién rescatada Ingrid Betancourt. “La última vez que vi a mis hijos, Lorenzo era chiquitín y lo podía alzar y me acurrucaba con él en la cama”, agregó.

En el caso de los que permanecimos en nuestros entornos familiares, también hemos cambiado durante este período. En estos seis años, nuestros cónyuges, hijos, padres, hermanos y amigos han cambiado, y por supuesto nosotros también. Definitivamente ya no somos los mismos que éramos en el año 2002. Hemos crecido, madurado o envejecido –para mejor o para peor- dependiendo de las circunstancias que nos han tocado vivir.

Y a pesar de estar frente a nuestros seres queridos, muchas veces no nos damos cuenta de cómo van evolucionando en forma paulatina, silenciosa y casi imperceptible. Habituados a una rutina, nos engolosinamos con distractores externos y superfluos, que en definitiva terminan por insensibilizarnos. Más centrados en la vorágine de la vida, nos olvidamos de las personas que queremos y que nos quieren, asumiendo su existencia como un derecho y no como un privilegio.
Después de un secuestro que duró más de seis años, el emotivo reencuentro de Ingrid Betancourt con sus hijos, su madre y su esposo representa el comienzo de todo un proceso de exploración, reconocimiento y comprensión, en el que deberán recuperar el tiempo perdido. Al mismo tiempo, significa un fuerte llamado de atención para los que en plena libertad, están aislados de sus seres queridos.

Andrés Jirón Santandreu
GestCom
Gerente General

Artículo publicado en Sitio Web http://www.gestcom.cl/
.



No hay comentarios: